Llevo
unos cuantos días en los que lo único que hago es lamentarme de un malestar
temporal eco de una dolencia crónica.
En
el tiempo que no dedico a quejarme por sentir luz, oír sonidos u oler aromas,
me da por pensar. Y luego me avergüenzo.
Pienso
en cómo los europeos nos mantenemos extraños al dolor ajeno. Nos preocupan
sandeces como que nuestro WhatsAp no se saturaró el día de San Valentín, nos
obsesiona comparar la memez fílmica de 50
sombras de Grey con la sandez literaria que la originó.
Eso
nos preocupa mientras a tiro de mortero de mi casa, hay gente aterrada por lo
que ve, escucha y huele. Hay personas que sufren y mueren, ajenas a que ayer
fue San Valentín y mañana será Noche de carnaval.
¿Qué
aprendimos de la guerra que asoló Los Balcanes? ¿Acaso nos consolaremos
contando con que, pasados unos años, Ucrania se convertirá en un destino
vacacional, como ahora ocurre con Croacia? ¿Mitigaremos nuestra mala conciencia
empleando a sus hombres como mano de obra barata y a sus mujeres como carne
para nuestros prostíbulos?
Hoy
ha comenzado un alto al fuego en la zona. ¡Ojalá que no sea uno de tantos
acuerdos rotos!
Me
gusta la voz de George Michael.
Ayer, en penumbras, escuché por azar su álbum Songs From The Last Century, donde incluye entre otras versiones
una del Miss Sarajevo de U2.
¿Fue
una casualidad el que reprodujera ese cd o un acto en remordimiento por mi
actitud inánime? Escucharla me removió el ánimo y hoy me remueve la conciencia.
Son varias las veces en que he vuelto a ver el videoclip sin poder contener
lágrimas de frustración.
¡¿Qué
coño estamos haciendo?!
Los nuestros son ya demasiados pecados de omisión.