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lunes, 16 de febrero de 2015

THE CORINTHIAN: DEATH IN VENICE 2 de 3



Macan sitúa la acción en Venecia, 1920. Año y lugar donde convergen toda una serie de personajes representativos tanto del periodo de entreguerras, como, por extensión, de la historia de nuestra civilización, basada en la opresión y la agresión al semejante. La obra guarda muchos puntos comunes con la novela de Thomas Mann, Muerte en Venecia; similitudes que van más allá del hecho de presentar un universo de personajes, al borde del desmoronamiento físico y emocional, en una urbe que al igual que su cultura se está hundiendo, pues los intentos de remozarla –Comunismo / Fascismo– son mezclas de las mismas cal y arena sociales que han demostrado su ineficacia para construir un mundo justo.


El protagonista inicial es el alemán Stefan Wasserman –presentado en la 3ª página del Sandman # 1– carcasa física actual de The Corinthian, entidad creada por Sadman para dar muerte a los sueños. Este espejo obscuro de la humanidad decidió dejar las tierras oníricas de The Dreaming, para caminar por el barro terrenal, intentando perfeccionar sus habilidades asesinas. 

Lejos están los tiempos en que Sandman se verá obligado a eliminarlo para frenar sus desmanes. Su persecución a Charles Constantine soldado con el que compartió trinchera en el momento de su advenimiento– es la búsqueda de su reverso en el espejo: si Waserman pasó a convertirse en la encarnación del asesinato fortuito, el antepasado de John Constantine encarnaría la vida inane. 

Ambos son inoperantes en defender o ejecutar los principios que defienden, tan sólo pueden esperar que ocurran. Pero mientras que la Vida se mantiene estancada, confiando inútilmente en que el futuro traerá algo mejor –los hijos del hoy serán los difuntos, o muertos en vida, del mañana–; el Crimen aprenderá nuevas formas, y logrará superarse. Si la Primera Guerra Mundial fue presentada como el conflicto que acabaría con todas las batallas, sus atrocidades fueron superadas por las de la Segunda. A la pólvora la sustituyó el átomo,... el ántrax vendría después. A la carnicería de la lucha de bayonetas, la sustituye la cobardía del tiro en la nuca. 

Corinthian que comienza el relato como mero instigador de muerte, acaba como ejecutor. Su proceso de aprendizaje acarrea un continuo transmutar de cuerpos, carcasas que presentan las cuencas de sus ojos vacías. Sabido es que los ojos son el espejo del alma,... aunque a veces parezca mentira que unos ojos bellos reflejen espíritus innobles. Tan sólo el desamor se mantiene invariable, haciendo de cada beso una mentira, y convirtiendo cada mentira en un asesinato de esperanzas. 

Y sin esperanza, ¿qué nos queda?

Odios enconados provocados por la casualidad de nacer a un lado u otro de un canal; decorados ideológicos que ocultan enconos ilógicos; amores desinteresados correspondidos con traiciones interesadas;... ideas, temas y enfoques habituales en la ya abultada trayectoria creativa de Macan, que son hábilmente mezclados por un guionista convertido en hábil crupier que logra hacer de cada barajado de sus viejas cartas, una nueva y fascinante jugada. Una vez más, construye una historia soberbia, cimentada en su pericia para definir rápidamente tanto personajes como situaciones, recurriendo a diálogos ágiles –¿En qué lado luchó?. / En el embarrado– y a escenarios expresivos –Venecia en carnaval, un ambiente festivo que falsea la realidad–.

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