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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre

lunes, 23 de marzo de 2009

From lost to the river...

Quizás sea verdad eso de que no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos. O que el paso del tiempo pone las cosas en su sitio… ¡Quién sabe! Puede que hasta sea cierto lo de que toda espera paciente tiene su recompensa.





Por desgracia para mi descreído autoengaño, soy de los que creen que de los dichos a los hechos hay muchos trechos; así que no puedo evitar ver en el refranero un consuelo de bobos para un mal de muchos.

¿Yo recurrir a máximas? De eso nada, con los problemas que me dan las que me ignoran a la mínima… ¡antes me pongo un puercoespín como peluquín!





El caso es que sean o no verdades desnudas, siempre puede haber uno de esos adverbializados proverbios que, al igual que los horóscopos de los augures, te pille con el paso cambiado y te haga creer que vas bien encaminado por el mal camino.

Ayer, cuando mi ánimo aún estaba sobrio y mi juicio sereno, una correligionaria que me siente amigo, me dijo una de esas frases hechas que se deshacen cuando no las pronuncian labios que busco besar. Como colofón a la grata puesta al día sobre nuestras pequeñas cosas, Isabel resumió su reflexión sobre mis temores respecto a que mi teórica recuperación emocional sólo sea un espejismo, con un aforismo propio de una esfinge, no de una hurí: A cada puerta, su llave.





Cada vez que me sueltan una frasecilla de esas que se supone que tienes que entender al instante, me quedo perplejo. Si no fuera poco eso de quedarme sin cabello, sin neuronas y sin vergüenza, van y me dejan con la duda.

Es oír algo que resuene a refrán, y tras temblar como un flan, o me desvisto apresuradamente o permanezco esperando expectante. Lo mismo sucede cuando alguien me dice “¿Sabes lo que le pasó a Pepito?” y confío en que mi interlocutor me saque de la incertidumbre; aunque sea de la de saber a qué Pepito se refiere.

Así que, queridas lectoras, ya sabéis cuáles son las palabras y situaciones que hacen aflorar mi desnudez. No digáis que no os avisé.







El caso es que como, después de emitir su axioma, Isabel no abrió la boca, la billetera, ni su escote, solté una de esas memeces que pergeño cuando estoy tan a gusto con alguien que busco ocultarlo aparentando desinterés con sorna. Más o menos, le desgrané: “Ya, y from lost to the river”.

Una vez me llegó la sangre al cerebro, ya era tarde para todo menos para pagar la cuenta. Más que por que los dos tuviéramos que irnos camino de otras citas, debido a que mi sandez le debió de parecer un desprecio dado el cambio inmediato de tema por su parte. Por lo que al poco se levantó, buscando cambiar de sitio y, ante todo, de compañía.

En su momento no lo entendí; más bien ni me paré a pensar en lo que me había dicho, pues yo esperaba una especie de “Ninín, sigue así, no cambies”. Así que dimos puerta al encuentro, tras intercambiar las llaves de “Nos llamamos”. Ella a Boston, yo a California y la noche por delante.

Esta mañana, rumié su frase mientras deglutía mi mala experiencia del fin de semana. Así que, Isa, esta noche me he apresurado a decirte que sí, todo tiene su momento, y a disculparme por mi desatino. Y ahora lo hago aquí, en este sitio al que sé que te acercas casi de madrugada, tras apagar malhumorada el despertador, para comprobar si las cosas me van bien.

Por suerte ME VAN BIEN. Principalmente por tener a personas como tú en mi vida.





Buenos días, Isa. Te debo un café y un “gracias”.

Buenos días a todos los que acabáis de leer este texto, confío en que seáis mejores conversadores que yo.

Hay puertas que conviene cerrar y llaves que conviene tirar. En caso de necesidad siempre podemos recurrir a un amigo para que actúe de cerrajero de nuestra autoestima.

Cosquillas.

©Nino Ortea. Gijón, 23-III-09

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