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miércoles, 22 de julio de 2009

TdAp: Hijos del Paraiso III d


Una curiosa nota al píe para este “Orly affair” es que George Meéliès, antiguo mago y uno de los primeros y más destacados de todos los directores, residía en el asilo.
Era Meéliès quien guardaba los archivos, quien velaba por las llaves de la Cinémathèque, era como si el viejo mago hubiera podido conjurar el tiempo dentro de las latas de películas para Langlois y Franju.
Langlois no era un miserable. No acumulaba. No atesoraba sus adquisiciones alejándolas de los demás. Las compartía con otros archivos y asociaciones. Se convirtió en una especie de padrino de la Cineteca Italiana, una asociación de aficionados al cine que era mirada con recelo por los fascistas.
Solía pasar de contrabando a Milán películas de Eisenstein, Pudovkin o René Clair, que habían sido prohibidas por los hombres de Mussolini.
A Langlois le encantaba el helado milanés casi tanto como el cine. Tan delgado como siempre, descubrió una heladería especialmente buena y devoró una docena de especialidades, un día que la visitó junto a Gianni Comencini de la Cineteca Italiana. Langlois sufrió un tremendo dolor de estómago esa noche. La madre de Comencini aplicó su propia cura mágica. Langlois fue colocado sobre su espalda en la mesa de la cocina, y la Signora Comencini comenzó a plancharle el estómago. Su teoría era que el calor de la plancha derretiría el helado. Y, de alguna manera, acertó.
En 1938 Langlois y Franju ayudaron a formar la Fédération Internationale des Archives du film (F.I.A.F.), de la cual Franju se convirtió en secretario ejecutivo. Uno de los miembros fundadores y primer presidente de la F.I.A.F. fue Frank Hensel del Reichsfilmarchiv. Tener a un burócrata alemán (y miembro del Partido Nazi) como compañero cinéfilo resultó ser un hecho providencial para la Cinémathèque Française.
Hensel fue oficial de la Wehrmacht durante la guerra, director del Reichsfilmarchiv, y jefe del apartado cinematográfico de todo el ejército alemán. Además fue un hombre muy misterioso. Poco se sabe sobre Frank Hensel. Fue uno de los primeros afiliados nazis, su madre era inglesa, y él estuvo al frente de un circo durante algún tiempo.
Al igual que otros nazis desapareció durante un tiempo una vez que se acabó la guerra, se metió en negocios y, por lo menos públicamente, abandonó su “romance” con las películas. Pero durante la ocupación de París llevó su vida secreta. Se convirtió en un personaje casi hollywoodiense, una especie de Fantomas benévolo, o un Pinpinela Escarlata.
Encontró bóvedas donde Langlois y Franju pudieron ocultar sus filmes. “Cuando quiera que había alguna amenaza de que una película fuese secuestrada por alguna de las restantes autoridades alemanas, se las arreglaba para establecer una contraorden” y entregarle la copia a Franju. También garantizó un refugio permanente para la Cinémathèque, en el número 7 de la Avenue de Messine, la cual albergaba el Reichsfilmkammer (el departamento fílmico alemán).
Fue la “cercanía” a la Reichsfilmkammer lo que la mantuvo viva.
¿Y qué pasó con Langlois? Deambulaba como uno de los fantasmas de sus películas enlatadas, desempeñando su pequeño juego político para mantener el archivo que poseía. “He escondido obras como El gran dictador, o algunas películas soviéticas en un castillo que pertenece a Mme. Jean Voilier, que por un lado apoya a la resistencia y por otro a los alemanes”.
Fue aproximadamente en esta época que él empezó a vivir con Mary Meerson, que era tan obscura y volátil como el mismo Langlois. Nadie sabe exactamente dónde o cuándo nació. Pero fue una mujer de gran belleza que posó para Oskar Kokoschka y Giorgio de Chirico.
Su apellido de soltera fue Popov y puede que naciera en Bulgaria. Hablaba media docena de idiomas, incluido el hebreo. Y cuando se le preguntaba sobre su pasado, solía sonreír y decir que no existía esa tal Mary Meerson. “Yo soy Sherezade”.
Cuando Sherezade conoció a Langlois, éste era “delgado, delgado y con unos ojos muy grandes y prominentes”. Engordaron juntos. “Tras la guerra Mary comenzó a ganar peso, y yo decidí hacer lo mismo; para mantener su compañía”.



©Nino Ortea Gijón, 22-VII-09

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