Hola a todos:
Os agradecería cualquier tipo de información que me pudierais dar sobre residencias geriátricas en Gijón.
Es para un hombre, válido, de 72 años recién cumplidos.
Gracias.
Nino
Algunas arritmias que sufre el corazón brotan cuando el pensamiento deviene en conciencia de que la vida no nos emociona como antes, conciencia que nos impele a aceleramos hacia la añoranza de un pasado en que nuestro corazón latía más fuerte. El corazón no tiene freno ni marcha atrás. De ahí que sus choques frontales con la Realidad tengan consecuencias letales. Nuestra Fantasía tiene el recurso protector de enloquecer cuando la Realidad se vuelve demencial. ¡Gracias por venir y enloquecer!
Hola a todos:
Os agradecería cualquier tipo de información que me pudierais dar sobre residencias geriátricas en Gijón.
Es para un hombre, válido, de 72 años recién cumplidos.
Gracias.
Nino
No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, sino que apura el recurso hacedero.
Pindaro
Los humanos no somos androides que sueñan con ovejas eléctricas. Los androides no son humanos que fantasean con cuerpos plásticos. Humanos y androides coincidimos en una quimera: la de alcanzar la inmortalidad.
Si nos hacemos viejos es porque, a la vez, estamos haciendo otras cosas, principalmente vivir. Cumplir años es recolectar experiencias. Pero desdeñamos aquellas que nos hablan de lo que no queremos. Pues, si nuestro corazón es delator ante la Belleza, nuestro ánimo es ingrato frente a la Realidad del espejo. El mundo es nuestra ostra y en la seguridad de nuestro entorno erigimos nuestra cúpula de placer.
Al percibir los primeros visos de envejecimiento, los asociamos a signos de deterioro y negamos su existencia mediante el recurso al exceso. Creemos que el Vivir más deprisa hará que la Muerte tarde en encontrarnos. Algo así como el engaño con el que Sísifo intentó burlarse de Hades. Aunque se nos olvida cuán dolorosa fue su penitencia por creerse por encima del Destino. Presos de nuestro afán por sentirnos jóvenes prolongamos las noches hasta el mediodía, confiamos en que los estimulantes químicos cumplan cuando no nos estimula lo físico o buscamos en Internet voces con las que revivir falsos recuerdos.
Cuando el Destino nos alcanza, nos domina la ira de los justos frente a la injusticia del envejecer; pues uno siempre es demasiado joven para morir tan viejo. Impelidos por la furia del viento emprendemos la búsqueda de un Creador que nos ha abandonado cuando más lo necesitamos. Tras el fracaso en nuestra batida, a unos los invade la calma y esperan el final mientras disfrutan de lo cotidiano, de ese milagro de Vida presente en una caricia, una taza de caldo o una almohada mullida. Otros convierten la ira en rencor; y vuelcan su frustración en los demás pues ven un golpe en cada caricia, un purgante en cada caldo y una piedra en cada almohada.
A diferencia de los androides, los humanos no nos desactivamos en terrazas bajo la lluvia; pero sí que tendemos a hacer del sentir dolor el último de los estímulos vitales. A diferencia del primerizo Rick Deckard creado por Philip K. Dick para su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), estoy observando por segunda vez el desvivir de una persona. Aunque esta vez el proceso se presenta más lento y menos doloroso.
Sentado y en silencio, de mi mano nacen palabras que mueren en mi boca. Sentado y en silencio, escribo. Entre otras cosas, escribo este texto. También relleno informes, solicitudes e incluso un diario de incidencias. También veo películas con sonido, entre otras la ejemplar La balada de Nayarama —Shohei Imamura (1983)—.
Comparto la idea de que cada persona es un mundo imperfecto, como una perla con máculas que nos diferencian y nos hacen únicos. Pienso que cada vida contada es la más apasionante de las historias oidas. Y a mí, que tanto como fabular historias me gusta que me las cuenten, me duele asistir a cómo una voz va dejando de relatar la suya. Con el tiempo me descubro haciéndo —con mi garganta y manos— eco de frases que eran de otros y ahora resuenan mías.
Ahora, sentado en silencio en el mirador de mi casa, frente al jardín de mi infancia, me siento un devorador de mundos. Alguien que hace suyas vidas ajenas para convertirlas en voces cercanas. Alguien a quien se le indigesta el amargo de las despedidas, pues no asimilo las ausencias. Alguien que desea que sus palabras resuenen en otras bocas cuando YO ya no las diga.
Es tiempo de escuchar.
Nino
Hija mía, es mejor vivir
con la alegría de los hombres,
que llorar ante el muro ciego.
Te sentirás acorralada,
te sentirás perdida o sola,
tal vez querrás no haber nacido.
Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto,
que es un asunto desgraciado.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
Un hombre sólo, una mujer
así, tomados de uno en uno,
son como polvo, no son nada.
Pero yo cuando te hablo a ti,
cuando te escribo estas palabras,
pienso también en otros hombres.
Tu destino está en los demás,
tu futuro es tu propia vida,
tu dignidad es la de todos.
Otros esperan que resistas,
que les ayude tu alegría,
tu canción entre sus canciones.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares,
tendrás amor, tendrás amigos.
Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.
Perdóname, no sé decirte
nada más, pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.
Y siempre, siempre, acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
José Agustín Goytisolo
Casi con la misma rapidez con la que el USA Army había “liberado” a Italia de la opresión fascista, Hollywood conquista Cinecittà cinco años después. Cuenta para ello con el beneplácito del Estado mediterráneo, que busca convertirse en un socio privilegiado de los EE. UU., y con la ambición de unos productores que, como glosó Dino de Laurentis, ansiaban la “colaboración con la industria más seria y mejor organizada del mundo”. Curiosamente, tras haber producido obras fundamentales del cine italiano como Arroz amargo (Giuseppe De Santis, 1946), o Las noches de Cabiria (Federico Fellini, 1956) y de revitalizar el cine de género europeo con éxitos como Barbarella (Roger Vadim, 1968), Laurentis se vio obligado a emigar a L’America donde su productora (DEG) recreó exitosamente aventuras de King Kong, Conan el bárbaro o Hannibal Lecter. Junto con su enfoque comercial, Laurentis mantuvo su apoyo a directores muy personales, como fue el caso de David Lynch con el que colaboró en Dune (1984) y Terciopelo azul (1986).
En 1950, el 94 % de la producción de las majors se estrenaba a orillas del Tiber; y superproducciones como Quo Vadis? (1950, Mervin Le Roy) bañaban Roma en estrellas y dólares. En 1951, el cártel hollywoodiense accede a apoyar en USA la promoción de filmes italianos, financiando el Italian Film Export con parte de sus beneficios en las salas transalpinas. La industria local cree poder sacar provecho de esta situación; y sus productores acarician cumplir su “sonno americani”: Carlo Ponti espera que con Guerra y paz (1956, King Vidor), Audrey Hepburn le abra las puertas del Hollywood que a ella le había abierto el rodaje italiano de Vacaciones en Roma (1956, William Wyler)
Aunque el filme cuenta con tres nominaciones al oscar, regresa de vacío. El destino quiso que el reconocimiento estadounidense le llegara a Ponti con la película Dos mujeres (1960), donde Vittorio De Sica adapta una novela de Alberto Moravia tan crítica con la ocupación nazi de su país como con la liberación aliada. La esposa del productor, Sophia Loren, alcanzó con este film un oscar a la mejor actriz principal —el primero otorgado por una interpretación en lengua no inglesa—. Galardón que aceleraría el gusto hollywoodiense por remarcar el exotismo de sus superproducciones con la presencia secundaria de estrellas ajenas a su sistema de estudios; además de contar con ellas para aumentar el reclamo de sus filmes en las pantallas europeas.
Pese a todo, el acuerdo se revela como un embudo que favorece a la industria fílmica yanqui; la cual no sólo mantendrá su presencia en las salas mediante la creación de empresas distribuidoras "italianas", las cuales sólo distribuyen de facto obras americanas. Además también contará con todo tipo de facilidades para el rodaje —casi sin coste— de sus producciones, en detrimento de una cinematografía transalpina para la que apenas existen ayudas estatales. A esta desproteción institucional se unen las malas relaciones que los productores asentados mantienen con los directores más aclamados —baste recordar las palabras de Fellini: “La Estrada se hizo a pesar de Ponti y de Dino de Laurentiis”—. Por lo que el cine italiano verá cómo el peso de su producción popular recae en especuladores que ansían el mayor beneficio para su capital, sin buscar crear extructuras que asienten la industria. Algo que traerá tristes consecuencias con la súbita crisis que sufre la cinematografía europea a comienzos de la pasada década de los años 80.
Esta situación acabará abriendo los ojos a unos productores que comprenden que el futuro está en el cuidado de su mercado y la atención al europeo. La reacción se repite en la práctica totalidad de Europa Occidental democrática pese a las obligaciones contraídas con El plan Marshall.