Vuelvo
a mi laberinto.
Casi
he acabado la primera corrección de mi nueva novela: Buscando el olvido. Un
libro que presentaré a diferentes editoriales y concursos. Ahora que he
comprendido que me gusta esperar, no quiero hacer las cosas rápido, sino bien.
Espero
que la publicación de la obra me reporte un dinero que me anime a seguir dedicándole
tiempo a la escritura creativa. La musa de la inspiración puede ser gratuita,
pero la “gusa” de la alimentación cuesta dinero. Y soy tan vulgar que necesito
comer a diario, para así poder alimentar mis apetitos creativos. Uno no crea
por dinero, sino por necesidad; y hay necesidades más perentorias que las de
escribir o leer. La trayectoria de un creador famélico es de muy breve
recorrido, pues éste acaba engañando su hambre creativa con un plato de
lentejas laborales.
No desvarío
con firmar un contrato millonario, ni figurar en listas de superventas. Pero sí
que fantaseo con que cada lector se sienta animado a releer el libro y a
recomendar su lectura.
Buscando
el olvido aparecería publicada con derechos de autor registrados.
Lo cual me lleva a volver a adentrarme en el laberinto de contradicciones que
conlleva mi paseo por la vida: Defiendo mi autoría, pero no respeto la ajena.
Lo
precario de mi acceso a Internet me impide liberar al acumulador que hay en mí.
Aunque cada semana algún nuevo cómic, revista o contiendo audiovisual acaba
incorporándose a mi botín electrónico. Todo ese material tiene autores que,
como yo, esperan que su trabajo les reporte unos ingresos.
No
presto atención a las realidades ajenas. Las paredes de mi laberinto me liberan
de ver lo que no quiero ver. Con cada piedra que me encuentro en mi camino
personal voy construyendo mi muro defensivo. Yo no quiero que cierren
videoclubs ni editoriales. Yo no quiero que los escritores trabajen de
escribanos. Yo sólo quiero aquello que se publicita y no puedo comprar. La
culpa de mis sisas es de los especuladores culturales. ¡Ellos me obligan a
hacerlo!
No
estoy solo en el laberinto. He llegado a una encrucijada donde confluyen
pasillos de otros meandros. Resuenan voces que denuncian los abusos de La
Armada Cultural, que navega a toda vela gracias a las condenas a galeras a las
que somete a los creadores.
Los
editores, los promotores y los productores son unos facinerosos, que cuentan
con patente de corso para cazarnos tras denostarnos como piratas, cuando sólo
somos hermanos de la costa libertaria. ¡La Industria es el 'Capitán Morgan',
nosotros la tripulación de 'El cisne negro¡!
Sigo
pensando que no es así. La vida no se limita al blanco y negro de la enseña
pirata, está llena de matices.
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