Hola, a todos:
Las recientes notas enviadas, entre otros, por José y Ricardo, me hacen pensar que, quizás, deba comentaros algunas cosas.
Respecto al doble rechazo que ha sufrido mi novela, sería fácil refugiarse en el hecho de que son innumerables los ejemplos de creadores que, con su fe en su valía, lograron superar el rechazo de
Pero, al hacerlo, me olvidaría de la necesaria labor de asesoramiento y selección que realizan los diferentes estamentos que conforman la industria del Arte.
Está claro que desde una visión industrial —objetiva, pues no soy el epicentro de ninguna conjura de necios— el texto necesitaba amputaciones y mejoras. La más recalcada era aumentar su carácter autobiográfico, y la más insinuada enmarcar la obra dentro de los cánones de un género, para así facilitar su comercialización.
Desde una valoración personal, subjetiva, mi nave había llegado a buen puerto. Obviamente, su velamen necesitaba mejoras, la cubierta ciertas reparaciones y el mascarón de proa una nueva sílfide. Pero, analizada desde tierra firme, la singladura creativa había saneado mi autoestima; y donde otros ven un cascarón, yo veo un bergantín.
La elección era tan simple como difícil: básicamente era mi historia lo que contaba, ¿debía cambiarla para que gustara?
Es decir, ¿estaba dispuesto a convertir a mi Prometeo en un Frankenstein?
A todos nos gusta gustar.
Si yo había enviado la obra a una editorial, era con vistas a publicarla y obtener la mayor repercusión posible. Para meros fines de desahogo bastaba con su escritura, y para ungirla de inmortalidad, bastaba con botarla en Internet.
Os voy a replantear la situación: ¿Hasta que punto estaríais dispuestos a sacrificar vuestra identidad a fin de seducir a la mujer de la que en realidad estáis enamorados? ¿Os consolaríais con ser el capricho de quien lo es todo para vosotros?
Si hay algo a lo que debemos ser fieles, es a nosotros mismos. Los cambios han de ser para mejorar, nunca para triunfar.
He optado por dejar las cosas como están. Ya van dos rechazos, luego algo debe de haber en mi discurso que no funciona en lo narrativo, pero, sinceramente, no me importa.
Sé que soy una de esas personas cuya realidad suena a ficción. De hecho, en un reciente proceso de selección de personal, la encargada reconoció que, de no haber acompañado mi curriculum de unas fotocopias de mi vida laboral, no se habría creído lo que vio escrito.
Si mis exiguas experiencias profesionales resultan inverosímiles, no puedo esperar que mi rica vida emocional suene a creíble. Pero nunca he pretendido ser un notario de los hechos, si no un hacedor de historias.
Quizás, al igual que los recientes casos de Nabokov y Cabrera Infante, deba esperar a que, tras mi muerte, una mujer a la que creí mi compañera desoiga mi petición de que destruya todos mis papeles. Y ella —por razones filantrópicas, nunca económicas— airee lo que yo decidí enterrar.
El caso es que ahora mismo estoy ya ocupado en otros sueños, pues nada me entristece más que no tener ilusiones, aunque sepa que éstas nunca tomarán forma fuera de La República de las Ideas.
Continúo con mi lenta traducción / adaptación de A Clokwork Orange. Sigo maravillándome con precaución ante Internet. Estoy remodelando poco a poco mi casa…
He aparcado mi idea de hacer una novela de enredo, en la que la figura del narrador se viera substituida por un coro, y los personajes cantaran en lugar de hablar. El proyecto era con vistas a ser publicado, y tengo miedo de que, involuntariamente, la obra incumpliera todos los apartados de La ley de derechos de autor. Aunque el primer capítulo “Él es aquél” —en el que el coro remodela canciones de Raphael y los protagonistas, de Sinatra— me quedó muy chulo.
Ahora mismo estoy definiendo ideas para una novela de aventuras, pasión y camaradería que parte de la siguiente premisa:
El príncipe Carlos es sacado de su retiro a la muerte de su padre, Felipe. Nada más acceder al trono, abdica y proclama la instauración de la república. Deja al frente del gobierno a algunos de sus compañeros en el psiquiátrico, y se embarca junto a una hermandad de hombres libres, con el propósito de combatir a piratas, corsarios, negreros y demás ralea que defienden su concepto de comercio justo —para ellos—.
Y, ante todo está www.venyenloquece.com mi puerto seguro, y sitio de encuentro entre iguales. Aquí fondea lo mejor de mi flota gracias a vosotros.
Vamos, que el viaje continúa; y aunque se acercan un par de meses de trabajo a destajo, confió en que, para febrero mucho de lo que os hablo podáis empezar a compartirlo.
Un abrazo
Hola.
ResponderEliminar"Os voy a replantear la situación: ¿Hasta que punto estaríais dispuestos a sacrificar vuestra identidad a fin de seducir a la mujer de la que en realidad estáis enamorados?"
Pero Marcelo, pero Marcelo...
Que bien que hayas puesto ese símil.
Pero de verdad me dices que las primeras veces,tu apareces ante la dama tal cual eres??
Pero de verdad me dices que no se maquilla la realidad para captar su atención??
Qué no hacemos una selección y ofrecemos primero lo que creemos que tiene más tirón??
Despues de captar su atención ya iran saliendo pinceladas del carácter primero y el volcan de la realidad,cuando el éxito esta conseguido.
Seamos realistas.
Y debe ser que en el ámbito intelectual,la cosa funciona así.
Primero da la OPORTUNIDAD de que te conozcan (en bandeja de plata),ya llegará el día en que puedas sacar al Nino auténtico.
Entonces SI, que te tomen o te dejen.
Je crois.
Juncal.
Pero Juncal, pero Juncal...
ResponderEliminar!Qué bien que te hayas animado a escribir!
En verdad te digo que las primeras veces, aparezco vestido cuando quiero acabar desnudo.
Pero de verdad te digo que no maquillo, si no que mejoro la realidad para captar su atención.
En mi caso no hago una selección de mi repertorio, ¡me sale todo del tirón!
Despues de captar su atención ya irá saliendo de mi vida, despavorida ante la erupción del volcan de la realidad... justo cuando el éxito eparecía conseguido.
Seamos realistas, Juncal.
No es lo mismo seducir que enamorar.
En lo primero, sorprendentemente, soy algo diestro. En lo segundo, un desastre
Ye mojí
Marcelo