Recuerdo
que era otoño y acababa de empezar mi primer curso en el Instituto Público
Jovellanos.
Apenas
conocía a nadie y mucho menos a ninguna chica; ya que a mi colegio público sólo
habíamos asistido niños. Tenía catorce años cumplidos en septiembre; y mi
fascinación por mis enigmáticas compañeras llevaba a que las observara sin
disimulo y sin prestar atención a nada más. Estado de absorción que provocó que
en la primera evaluación suspendiera todas las asignaturas; y que la tutora del
curso convocara a mis padres para preguntarles, sin ningún disimulo, si yo
padecía algún tipo de retraso. Aquellos eran tiempos nuevos para nuestra sociedad
transicional, pero igual de salvajes para los diferentes.
Apenas
me relacionaba con nadie en el patio del instituto, salvo con mis amigos del
colegio. Para mi sorpresa, una de mis
admiradas me invitó a una fiesta
privada en su casa, de aquella aún se llamaban “guateques”. Justo días antes había
descubierto la figura de David Bowie, quien acababa de publicar el
álbum Scary Monsters. Su música sonaba diferente
y su estética era muy cercana a la de los héroes de los tebeos que devoraba.
El
poster promocional del disco, regalado por la revista “El gran musical”, substituyó
al cartel de la peli Superman en el techo de mi
habitación.
Llevé
al guateque mi flamante disco de Bowie,
ya que quería grabarlo en cinta para no rayarlo con repetidas reproducciones y
la anfitriona me había dicho que tenía una torre con pletina, por lo
que se ofreció a copiármelo junto con otros discos que ella tenía. Habíamos
acordado que se lo dejaría, para así ella
poderlo escuchar con calma, por lo que lo llevé protegido por una funda de
plástico y envuelto en la bolsa de la tienda “Discoteca” junto con unas cintas
de casete de cromo.
Pese
a que creí llegar puntual, bueno mi hermana me había aconsejado que llegara
unos diez minutos tarde, fui el último en presentarme allí. Me llamó la tención
la casualidad de que fuéramos un número par y proporcionado entre chicos y chicas.
Había poca gente de clase; quizá fueran al instituto, pero no los conocía. De
la que mi anfitriona abrió la puerta le di una bolsa de “Simago” donde
llevaba dos botellas de mistela (un vino dulce); y ya en su salón le pregunté
dónde podía dejar el disco de Bowie
que no molestara –en realidad me daba pavor que el álbum se pudiera estropear–.
Ella me pidió que pusiera una
canción, no supe cómo negarme así que seleccioné Ashes to
Ashes.
Fui
el único en bailarla con un ligero contoneo, ya que ella permaneció observándome atenta mientras el resto de “guatequeros” me miraba con expresión de
desagrado. De aquella, lo que “molaba” eran los últimos coletazos del rock
sinfónico, el punk comercial consumido como “nueva ola” y la música romántica
italiana. Bueno, también sonaban los tremebundos Tequila y el lindo Miguel
Bosé.
Con la
excusa de que la canción no estaba gustando, volví a poner a reproducir la cinta que
alguien había grabado para la fiesta (por una cara llevaba música "lenta2, por la otra "movida). Guardé el disco con tanta premura como
cuidado y le pregunté a mi compañera dónde lo podía dejar. Me dijo
que lo llevaría a su cuarto, que era el mismo sitio donde me había dejado la
cazadora. Al poco empezó a sonar el tema Europa de Carlos Santana y la anfitriona
me propuso bailar.
Luego
las cosas pasaron muy deprisa. No tardé en acabar teniendo que bajar a un bar a
por un café con sal, ninguno de nosotros sabía usar una cafetera, mientras ella le sujetaba la cabeza en el baño a
una compañera mientras devolvía. Más tarde llegó su hermana mayor de improviso –los
padres creo que se habían ido a Galicia de fin de semana–, lo que supuso el fin
de la fiesta.
Al lunes
siguiente de clase, mi amiga se acercó a mí con una expresión
cabizbaja. Se disculpó por cómo había acabado la fiesta, tras una breve
conversación me devolvió las cintas de casete sin abrir, mientras que me
explicaba que sus padres la habían castigado, entre otras cosas, confiscándole
todos sus discos, entre los que pensaron que se encontraba el álbum de Bowie, le dije que no pasaba nada, que
si no le importaba se quedara las cintas y cuando pudiera me las grababa. A los
pocos días me regaló el sencillo de Ashes to Ashes coincidiendo con la
primera vez que quedamos para que la acompañara hasta la academia particular
donde iba por las tardes.
Tanto
ella como Bowie están muertos, los dos fallecieron de cáncer. Cenizas a las
cenizas.
Joder! Qué final más abrupto, ¿no? En fin... Ella incluso vivió menos años.
ResponderEliminarBuenos días, David:
EliminarSí, la muerte es un final abrupto. Por desgracia, a Laura le llegó muy pronto.
Buen fin de semana.
Bowie nos pone sentimental a todos... entiendo eso de que no guste Aashes to ashes... la buena música tarda en reconocerse en general... curiosamente, fue el primer disco que escuché entero de él después de su muerte, sacando el último que lo escuché unas 500 veces y que ahora mismo suena mientras escribo...
ResponderEliminartriste la historia si, tanto como la falta de los 2 hoy para vos....
y el detalle personal es que cumplís en el mismo mes que yo...
El detalle es tu compañía, JLO: Gracias.
EliminarLo que más me lleva dando vueltas en la cabeza de la muerte física de Bowie es lo avejentado que llegó a ella y lo lúcido (quiero creer) que la afrontó. Puede sonar tan vacío como vanidoso, pero llevo desde entonces dándole vueltas a que, quizá, yo debería adoptar una indumentaria y un comportamiento más acorde con mi edad. Me resisto, pero por primera vez he ido a preguntar el precio de un traje para vestir a diario (el único que tengo es de ceremonia)
No he escuchado el último disco de Bowie, me lo pasaron el sábado anterior a su fallecimiento y no me he sentido con ánimo/ganas/disposición para escucharlo. Además, tengo que admitir que admiraba en gran medida su actitud, su porte, su majestuosidad… esos aspectos que hicieron que a mis 14 años comprendiera que yo nunca sería una estrella de Rock, pues nunca sería como él. Junto con sus videoclips y conciertos, he releído un libro con sus letras hasta el “Day in, Day out” y un par de biografías donde tienen gran peso las fotografías y la iconografía gráfica.
Bueno, hermano en septiembre, es siempre un estímulo leerte.
Un abrazo, JLO.
Una historia sobre un recuerdo de una amiga o más que amiga. Entiendo lo fuerte que debió ser.
ResponderEliminarY es notable lo presente que puede estar la música en esos momentos.
Una historia triste.
Saludos.
Buenos días, Demiurgo:
EliminarEl suyo es uno de esos recuerdos que me acompañan desde hace siempre, hasta el punto de que, de haber tenido una hija, me habría gustado ponerle su nombre: Laura.
Creo que la música es el Arte por excelencia: inmortal y universal. Mientras que la Literatura depende de la traducción y, mayoritariamente, pierde riqueza al ser leída en sociedades ajenas a la de su entorno de creación, o la Pintura es limitada en su capacidad representativa y matizable en su efecto evocativo, la Música es un estímulo mundial y eterno a nuestros sentidos.
Un fuerte abrazo, Demiurgo.
Hola, Nino. Los recuerdos y la música. Lo que dejan en nuestra memoria, a veces, una canción; o una compañera de clase y un músico innovador como Bowie... Después, nos damos cuenta de que todo vuelve al polvo, y nosotros, también un día.
ResponderEliminarA mí el símil con tu referencia, me ocurrió con los libros, con un libro en concreto. "Demian" de Hermann Hesse. Por una circunstancia especial se lo presté a un amigo. También murió. Y el libro dejó de importarme, más cada vez que lo veo en el un estante, viene el recuerdo del amigo perdido, perdido para siempre...
Y todo gracias a esa "sensibilidad" que se nos queda pegada a la piel y va esculpiendo sus tatuajes... je
Me ha gustado tu historia con Bowie y lo que dejó tras de ti su música.
Es enriquecedora tu manera de describir los recuerdos, los detalles encantadores de aquellos momentos... "Cuando las fiestas se llamaban guateques"... qué sana memoria...
Un abrazo, Nino.
Hola, Clarisa:
EliminarGracias por la cercanía que siempre me muestras.
Admito que tiendo a personalizarlo todo, lo que me lleva a situaciones de evidente falta de empatía, pero…
Creo en el valor totémico de los objetos a los que las vivencias impregnan de una valía inmaterial, por eso no entiendo a quienes llevados por modas o modismos se deshacen de sus cosas pues ya no se trae ese diseño de cazadora, esa edición de un libro o ese tipo de soporte musical. ¿Qué sentido tiene el llenar sus vacíos con repicas o piezas de rastrillo, si la moda o el arrepentimiento te llevan posteriormente a ello? ¿Por qué mantenemos esta misma conducta con las personas?
Es triste cómo despreciamos algo válido, algo que es nuestro y nos habla de nuestras experiencias, simplemente para despersonalizarnos al gusto de tendencias mayoritarias. Yo me resisto a participar de esos rituales de renovación estética vacía, ya ni recuerdo cuando fue la última vez en que sacrifiqué el disfrute en pro de la aceptación.
No son sólo los recuerdos asociados a nuestras cosas, es también su doble utilidad: a su valía como herramienta para la que fueron creados, se une su uso como elemento reafirmador de nuestra individualidad, de cómo se convierten en la tinta de nuestros tatuajes emocionales sobre la piel de nuestra vida. Aunque sean tatuajes de una experiencia dolorosa, como el de esta confidencia que compartes.
Me encanta leerte, Clarisa, aunque me cuesta escribirte. Tras leerte, se me agolpan ideas e imágenes que no sé poner en palabras. Admiro por eso tu gracia expresiva, en eterno balance entre el valor descriptivo y el evocativo de la palabra. Siempre avivas en mí gratos recuerdos que sanan mi memoria, siempre despiertas en mí deseos de ser tal y cómo me lees.
Gracias por el estímulo de tu compañía, Clarisa.
Un cálido abrazo.
Estoy dando la bienvenida a la noche del domingo que ya se acaba...
ResponderEliminarVagaba leyendo comentarios y respuestas y me quedé con ese placer de sentir tu amor por la música. Sí, tantos años tocando la viola y otros tantos en los que la dejé, pensando en lo analfabeta musical que me sentía; la razón: lo que tú mismo has comentado acerca de la literatura o la pintura. Los intérpretes nos limitamos a sacar de contexto cualquier partitura, le damos vida según nuestra personalidad, le añadimos o quitamos según sentimos, ni por asomo se asemeja a aquello que el compositor sintió en su cabeza, hacemos interpretaciones burdas y penosas de una melodía renacentista y, peor es cuando más antigua es la pieza. Ocurre del mismo modo que en el resto de las artes, sociedades ajenas al momento que tañen con instrumentos falsos, en locales más falsos, de forma emotivamente errónea y oídos que se quedan ensimismaos con algo que nunca existió.
Que un arte excelso, jamás lo he dudado, y tal vez es el más efímero ya que sin músicos no es posible, pero al igual ocurre sin un lector o un mirón, pues sin ellos no son posibles la literatura o la pintura.
Y sí, tengo un sentido purista cuando se trata de pensar en que cualquier tipo de belleza artística debe quedarse en su reproducción original. Ni arreglos literarios, ni copias de cuadros, ni réplicas escultóricas (de hecho ignoro a propósito el valor de las copias romanas de lo griego), ni imitaciones absurdas de la música que fue. Cámara a la cámara, sinfonía a lo sinfónico, cuerdas de naylon fuera, arreglos de partituras a tomar viento...
Oh, que a gusto escribe una en tu blog. Es un premio enloquecer por venir :))
Beso.
Buenos días, Verónica:
EliminarUn placer de lo más estimulante el dar la bienvenida al lunes en tu compañía.
No sé tocar ningún instrumento. Lo intenté con una guitarra española que rescaté de la basura; tras restaurarla lo mejor que pude, le pedí a un conocido un manual de aprendizaje y algunas partituras. Pero me aburría eso de ir tan despacio y tocar mal canciones que ya de por sí me parecían malas, así que me puse a tocar de oído confiando en que el mío fuera afinado y melódico, pero descubrí que mi tímpano es tan arrítmico como torpes son mis dedos, por lo que libré al mundo de mis desatinos y a mí de la vergüenza de ser más famoso por mis desafinos que por mis desatinos.
En cualquier arte de la vida valoro más la gracia que la originalidad, prefiero a esas personas amenas en su día a día que a las barrocas en sus epifanías. Cada vez me alejo más de los vulgares y las artificiosas. Al leer, al dibujar, al musiquear… al sentir y sonreír interpretamos inspiraciones y las convertimos en sensaciones. Fíjate que en el campo de la música no buscaba ser un “ rock star”, eso lo dejaba para mi admirado David Bowie; yo quería ser un cantante de orquesta de verbenas, hacer bailar y sentirse felices a una audiencia y, por supuesto, pasármelo bien.
Bueno, temo que nuestro café se esté enfriando con tanta palabrería por mi parte, así que sentémonos a conversar.
Me encanta estar a tu lado, Verónica.
Me has traído muchos recuerdos con el guateque, recuerdos llenos de ternura.
ResponderEliminarNo es extraño que acabara de esa manera, así era, uno se la jugaba en casa y aprovechaba cualquier ausencia de la familia; pero eso lo hacía hasta más interesante :)
Un triste final, un final que es ley de vida.
Besos.
Buenos días, Mary:
EliminarConfío en que ayer disfrutaras de la compañía de la luna por un buen rato.
Es curioso como el recuerdo convierte en gratas las memorias de momentos en los que no teníamos nada salvo inexperiencia, con el tiempo, las fiestas se fueron perfeccionando, ya no las organizábamos aprovechando ausencias paternas, sino que las publicitábamos en lugares alquilados. Los altavoces sonaban a todo volumen, pero la música sonaba diferente, con menos intensidad.
Quizá al igual que ocurría con esos besos robados que compartíamos en esquinas y portales, los mejores recuerdos sean aquellos que nacen de la maravilla y no de la experiencia.
La vida sería aburrida de ser una fiesta perpetua, ¿no crees? Lo que convierte en mágicas las fiestas es que sabemos que son efímeras y las apuramos.
Feliz lunes, Mary.
Gracias por tu compañía.