Bob Marley
- Get Up Stand UpBob Marley
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Este
pasado domingo conversaba con una conocida. Siempre la he considerado una
persona con inquietudes espirituales, ya en la facultad me hablaba del
misticismo en las canciones de Bob
Marley –mientras que yo sólo percibía en ellas un ritmo envolvente–. Ese
fin de semana se había estrenado la película «Bob Marley: One Love»; y
aunque ninguno de los dos tenía intención de ver el biopic, ambos compartíanos
ganas de conversar sobre el músico jamaicano. Esa misma mañana se había
desarrollado una carrera solidaria contra el Cáncer Infantil, enfermedad que
mató a Marley. Mi conocida sostuvo
que –al igual que la mayoría de los enfermos que fallecen jóvenes de
enfermedades tratables–, probablemente Marley
no había creído en su curación: “no se
visualizó
recuperándose”.
Le
repliqué que cuando mi migraña se intensifica tomo medicación; cuando tengo un
problema busco su solución, no lo visualizo como solucionado; cuando alguien
asegura algo que me parece cuestionable, como ella acababa de hacer, le
transmito mi opinión, no confío en que el “universo”
aclarará el malentendido. Imagino que mi conocida esperaba mi reacción negativa
a su reducir la muerte a una falta de ánimo y no de salud; adujo que la mayoría
de las personas no estamos dispuestas a aceptar nuestra responsabilidad sobre
los males que sufrimos. Tras dirigirme una mueca de sonrisa añadió que hasta
hace poco tampoco aceptábamos nuestra responsabilidad sobre los males que le
provocábamos al planeta y ahora estamos muy concienciados de ellos.
Mi
conocida es profesora y jefa del departamento de Inglés de su instituto. Le
pregunté si, de cara a la preparación de un examen, se limita a urgir a sus
alumnos a que se “visualicen”
aprobándolo, o más bien los apremia a que estudien.
Ambos
guardamos silencio. dado el sol de invierno que incidía sobre nuestros rostros
ambos llevábamos puestas gafas de sol, lo que limitaba nuestra expresividad. Yo
iba muy entretenido en observar cómo una niña secaba con su peluche del
personaje de “Stitch” la barandilla del paseo marítimo mientras avanzaba junto
a un par de adultos que no le prestaban ninguna atención. Imaginé que la niña
habría preferido que le regalaran una figura de “Bob Esponja” y que su uso del
peluche como absorvente era una forma de exteriorizar su desencanto con el
regalo obtenido.
Tras
un rato, mi conocida volvió a hablar y me sacó de mi abstracción. Afirmó que
sabía que yo era reacio a abrirme a sopesar la valía de esa teoría ¿sanadora? que
se sustenta en alcanzar nuestro equilibrio en el universo. La debí de mirar de
manera inquisitoria, pese a las gafas de sol, ya que mencionó de manera apurada
que hacía años me había regalado un ejemplar del libro «El secreto» (escrito
por Rhonda Byrne) y que pese a su
interés en saber mi opinión sobre él nunca me “atreví”
a leerlo. Le aconsejé que la próxima vez que hiciera un regalo procurase que el
obsequio fuera del interés de quien lo recibe, no de quien lo da. Señalé hacia
la niña que teníamos delante y le vine a decir “esa niña no necesita atreverse
a decir lo que le parece el peluche, lo deja claro con el uso que hace de él”.
Al
poco mi conocida y yo nos despedimos hablando de un volver a vernos que,
imagino, ninguno intentará llevar a cabo. Aunque doy por sentado que ella ya lo
habrá visualizado, si el “universo”
la lleva a leer este texto saldrá de toda duda: hace años que malvendí el
ejemplar de la ejemplarizante «El secreto» que me había regalado.