-->En un tiempo en el que el progresismo trasnochado se dedica a despreciar, e incluso a agredir, a todo lo que huela a “barras y estrellas”, puede que resulte políticamente incorrecto recomendar una película que tiene como eje central una de las batallas más evocadas de
De nada servirá plantear a esos “vanguardistas” la necesidad de separar el arte de ideología, a las sociedades de sus políticos, o el que quizás sin el sacrificio de esos “yankis” el signo de nuestros tiempos estaría marcado por un totalitarismo aun más asfixiante que esta ensoñación de libertad en la que vivimos.
Banderas de nuestros padres es una gran película.
Narrada con un tratamiento exquisito de la cámara, en la que el enfoque épico de las escenas de combate compite en fuerza con la empatía de la desolación de los combatientes. Donde el realismo sucio del matar o morir, provoca menos nausea que el asistir a los mugrientos manejos políticos.
Sólida, técnicamente intachable, soberbiamente interpretada y alejada de todo maniqueísmo excesivo —no en vano, pese a su denuncia, estamos ante una gran superproducción avalada por Steven Spielberg— el filme de Eastwood combina los valores del cine bélico (acción, montaje frenético, camaradería…) con los del cine ambientado en guerras (desencanto, vacío, pérdida…) Y es que no conviene olvidar que detrás de películas como Objetivo Birmania o El día más largo, se encuentra el mismo conflicto que originó otras como Los mejores años de nuestra vida o Roma, ciudad abierta.
Después de todo, ésta no es la primera película que recrea esa batalla, obras como Sands of Iwo Jima o El sexto héroe la precedieron. El filme adapta la novela homónima de James Bradley —hijo de uno de los seis soldados inmortalizados por el fotógrafo Joe Rosenhtal en su alzamiento de la bandara norteamericana sobre la cima del monte Suribachi— y Ron Powers donde ya se reflejaba la manipulación del Gobierno de esta gesta —la conquista del primer territorio japonés por los EE.UU.—, el desinterés del Estado por unos héroes a la fuerza a los que una vez utilizados condenó al olvido —poco antes otro grupo de soldados había alzado otra bandera, lo que provocó la confusión de identidades de los militares—, y la desolación de unos hombres atormentados por sus recuerdos y por la constatación de que los ideales de libertad por los que habían matado no se aplicaban ni en su propio país.
De hecho, quienes esperen una película bélica al uso pueden llevarse una decepción.
Sólida, técnicamente intachable, soberbiamente interpretada y alejada de todo maniqueísmo excesivo —no en vano, pese a su denuncia, estamos ante una gran superproducción avalada por Steven Spielberg— el filme de Eastwood combina los valores del cine bélico (acción, montaje frenético, camaradería…) con los del cine ambientado en guerras (desencanto, vacío, pérdida…) Y es que no conviene olvidar que detrás de películas como Objetivo Birmania o El día más largo, se encuentra el mismo conflicto que originó otras como Los mejores años de nuestra vida o Roma, ciudad abierta.
Después de todo, ésta no es la primera película que recrea esa batalla, obras como Sands of Iwo Jima o El sexto héroe la precedieron. El filme adapta la novela homónima de James Bradley —hijo de uno de los seis soldados inmortalizados por el fotógrafo Joe Rosenhtal en su alzamiento de la bandara norteamericana sobre la cima del monte Suribachi— y Ron Powers donde ya se reflejaba la manipulación del Gobierno de esta gesta —la conquista del primer territorio japonés por los EE.UU.—, el desinterés del Estado por unos héroes a la fuerza a los que una vez utilizados condenó al olvido —poco antes otro grupo de soldados había alzado otra bandera, lo que provocó la confusión de identidades de los militares—, y la desolación de unos hombres atormentados por sus recuerdos y por la constatación de que los ideales de libertad por los que habían matado no se aplicaban ni en su propio país.
De hecho, quienes esperen una película bélica al uso pueden llevarse una decepción.
De la mano de un Tom McCarthy que interpreta al novelista James Bradley, asistimos a un relato no cronológico en el que la auténtica batalla es la que presenta el individuo frente a las instituciones por las que sacrificó su vida, a cambio de una foto trucada convertida en un icono tan poderoso como vacío.
Obviamente, Eastwood no es Rossellini, ni pretende serlo. Su existencialismo se centra en la denuncia de la perversión de un sueño, y no en lo vano de la existencia humana. De hecho, el director no deja de trasmitir cierta añoranza por un período de unidad y consolidación de su país. Aprueba la ideología que los llevó a una guerra necesaria para impedir un mal mayor, reprueba a los ideólogos que pervirtieron esos sueños.
Paul Higgins —guionista de Million Dollar Baby y director de Crash— firma un elucubrado guión en el que las relaciones humanas, la búsqueda de la redención, y la denuncia de la injusticia del Sistema yla Vida marcan sus coordenadas creativas. En su contra, el exceso de personajes que dificulta el seguimiento de una narración que oscila en tres momentos narrativos —el presente de los supervivientes, la batalla y el uso de los “héroes” en una campaña recaudatoria de fondos para la guerra—
En su intento de objetividad, Eastwood nos ofrecerá una visión de la batalla desde la perspectiva japonesa en la película Cartas desde Iwo Jima; donde Higgins y el japonés Iris Yamashita adaptan los diarios del general encargado de la defensa de la isla. Esta segunda obra, calificada por ciertos sectores norteamericanos de antipatriótica, le granjeó al director un globo de oro. En lo narrativo es una obra más sólida. En lo técnico mucho más depurada. Resultando una obra superior en lo cinematográfico a su antecesora; pero a la que si despojamos de su carga épica carece de la reflexión sobre la condición humana —en tiempos de paz o de guerra; ayer, hoy y siempre— que articula a Banderas de nuestros padres.
Paul Higgins —guionista de Million Dollar Baby y director de Crash— firma un elucubrado guión en el que las relaciones humanas, la búsqueda de la redención, y la denuncia de la injusticia del Sistema y
En su intento de objetividad, Eastwood nos ofrecerá una visión de la batalla desde la perspectiva japonesa en la película Cartas desde Iwo Jima; donde Higgins y el japonés Iris Yamashita adaptan los diarios del general encargado de la defensa de la isla. Esta segunda obra, calificada por ciertos sectores norteamericanos de antipatriótica, le granjeó al director un globo de oro. En lo narrativo es una obra más sólida. En lo técnico mucho más depurada. Resultando una obra superior en lo cinematográfico a su antecesora; pero a la que si despojamos de su carga épica carece de la reflexión sobre la condición humana —en tiempos de paz o de guerra; ayer, hoy y siempre— que articula a Banderas de nuestros padres.
Al contrario que Eastwood, no creo que ninguna guerra, salvo contra la miseria, sirva para aunar a una sociedad. Al igual que él, pienso que algunas batallas son irremediables. ¿Será que ahora, que me hago viejo, me he vuelto retrogrado?
© Nino Ortea. Gijón, 30-VII-09.