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domingo, 7 de septiembre de 2008

Elric, el eterno campeón albino -5 de 13




El caballero albino

De todas las diferentes encarnaciones que Moorcock le ha dado al Campeón Eterno, la que más éxito ha tenido ha sido, curiosamente, Elric de Melnimone.
Lo de curiosamente viene a cuento pues no conviene olvidarse de lo alejado que está el melnibonés del concepto que tenemos de un paladín.
Nos encontramos ante un pálido yonqui, de aspecto demacrado y enfermizo, cuya amoralidad lo lleva a perseguir hasta el lecho a las hembras de su misma sangre, y a dar muerte, empezando por su madre, a los miembros de su familia.

Es el último representante regio de una raza degenerada, a la que él mismo intentará exterminar y a la que traicionará al conducir a unos sucios saqueadores a su capital de ensueño, exigiendo como pago el que no dejen piedra sobre piedra en la ciudad.
A esto hay que añadir su profunda angustia vital; su alianza con fuerzas del Caos; su irrefrenable tendencia a darles sablazos, nada económicos, a sus amigos, dejándolos literalmente tiesos; su extraño vínculo con un arma cargada por El Diablo; por no hablar de la letal casualidad que hace que toda mujer que lo enamora acabe convertida en pincho moruno en la broqueta que forman su mano y su espada.

Con todo creo que Elric es, de entre los personajes conocidos por un público mayoritario, aquel que mejor encarna la idea de héroe de Espada y Brujería. Subconscientemente puede que esto se deba a unos ocultos deseos de acostarme con alguna de mis primas, eliminar a alguno de mis insufribles primitos, utilizar mi espada contra mis autoproclamados amigos y convertir las tierras del Principado de Asturias en una gigantesca pira funeraria.

¡Ah, quién fuera rey para sólo tener que dar cuenta de sus obras a la Historia!

Pero desgraciadamente plebeyos somos, y, como tales, nos vemos obligados a encerrar nuestros obscuros deseos del bajo vientre tras insalvables muros éticos y morales.
Nos encontramos ante una figura, que a pesar de su encuadre en un mundo irreal, presenta un entorno vital y emotivo que lo convierten en contemporáneo de cualquier época.

Conocemos a un hombre marcado por un sino fatal que guiará trágicamente su vida hasta un destino aciago, amargo y lo que es lo peor para él, condenado a repetirse infinitamente en cada una de sus encarnaciones dentro del Multiverso.

Es un ser privado, desde su primer llanto, del amor de sus padres, pues su nacimiento provoca la muerte de su madre y el progresivo alejamiento de su padre Sadric LXXXVI. Este hecho vaticina una fatídica constante en su vida, pues está condenado a destruir a todo y a todos los que quiere.



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