Poco a poco, la industria cinematográfica española se incorpora a las mecánicas habituales en otros mercados europeos; y nuestros profesionales disfrutarán del tremendo aprendizaje que conlleva trabajar para las producciones yanquis que por entonces comienzan a rodarse aquí.
Resulta paradigmático el caso del productor yanqui Samuel Bronston, quien cuenta en España con todas las ayudas de un Estado que no duda en cometer atrocidades medioambientales que favorezcan sus rodajes. Todo ello a cambio de pequeñas pinceladas que falseen la historia nacional en beneficio del “orgullo de raza”. Curiosamente en 1964 –año en que El Cid (1961, Anthony Mann) se sitúa entre los 20 filmes más taquilleros de la historia del Cine– Bronston se declara en quiebra y será el Estado Español quien deba saldar el empeño megalómano del especulador.
De mano de las coproducciones, se registra un resurgir del cine de género que había contado con gran raigambre en la cinematografía prefranquista. Por ejemplo, el éxito del Spaghetti-western entronca con un tema tan castizo como el de los bandoleros, que ya había inspirado el primer serial español —Los siete niños de Écija (1911, José María Codina)— al igual que se puede considerar que El Zorro europeizado presentado por Romero Marchent en 1962 (La venganza del Zorro) es una variación de sus dos películas sobre El Coyote realizadas en 1954 (El Coyote y La justicia del Coyote). De hecho, el creador del Coyote, José Mallorquí, participó en el guión de la obra de 1962.