Hay diferencias que hacen que BVO supere incluso puntualmente a BELH.
Estas
diferencias van más allá de que las víctimas sean policías, en cuyos cadáveres
ahorcados cuelgan páginas, sobre las que el asesino –The Hangman (El
“ahorcador” que, de manera muy
discutible, en España ha sido denominado “El ahorcado”)– reproduce el juego del
ahorcado; o de que en este caso todas las pistas parecen inculpar a un único
sospechoso: Dos Caras.
La
diferencia principal radica en que Loeb
articula «Victoria oscura» sin la celeridad e incertidumbre que resienten
el final de «El largo Halloween», donde el lector tiene la sensación de que
o bien el guionista ha dejado una serie de pistas ocultas a lo largo del
relato, o bien no ha resuelto de forma verosímil la autoría de la totalidad de
los asesinatos.
En «Victoria
oscura» sus reflexiones sobre los personajes, y sus sentimientos,
aparecen mejor desarrolladas, pivotadas sobre los devastadores efectos de la
pasión envilecida y el peso del odio en las entrañas. Si en BELH
asistíamos a la génesis de un villano clásico, ahora estamos ante el origen de
un héroe: Robin. A la vez que el guionista aporta nuevos
enfoques sobre protagonistas conocidos, como la duda sobre la ascendencia de Catwoman.
Su
narración es acompasada, y aparecen voces armonizadas por el viejo sentimiento
que afina las cuerdas de nuestro corazón: el Amor: amor paternal, amor carnal,
amor loco... El apego de Loeb por el
cine se palpa en toda la obra, sobre todo en los pasajes protagonizados por un Joker que
repite diálogos de James Cagney en «Al
rojo vivo» (Raoul Walsh, 1949), o expresiones de Richard Widmark en «El beso de la muerte» (Henry Hathaway, 1947).
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