Domingo, 17 de agosto de 2008.
Sobre las 4 de la tarde, me pongo a a ojear la prensa dominical.
Atraído por una maquetación que rinde un guiño en su portada a lo mejor del cartelismo soviético, opto por comenzar mi lectura con el diario Público. Y, huyendo de las hojas deportivas, lo ojeo de adelante a atrás.
Llego a la página 20. ÁNGEL MUNÁRRIZ y Mª JOSÉ DURÁN firman el reportaje ”El mito más incomodo de la izquierda andaluza, en el olvido”.
En él cuentan el triste destino de Javier Verdejo.
Joven que en el amanecer del 14 de agosto de 1976, murió mientras era perseguido por un miembro de la Guardia Civil. Su delito había sido intentar escribir en un muro el lema “Pan, Trabajo y Libertad”.
La aparición de los agentes armados interrumpió al joven y sus compañeros en su pintada, a la altura de la “T” de “Trabajo”.
Una bala, disparada tras un tropezón fortuito, segó su vida a los 19 años.
Su familia lo enterró en silencio.
Sus correligionarios lo olvidaron.
La sociedad andaluza lo ignoró.
El muro donde hizo la pintada fue derribado.
En su lugar se alza una urbanización de lujo.
Javier Verdejo tenía 19 años.
La lectura del artículo me llevó al pasado.
A mis 10 años recién estrenados.
Al jueves 20 de noviembre de 1975 en que murió el dictador Francisco Franco.
A la mañana de ese día en la que mis papis no nos levantaron a mi hermana ni a mí para ir al cole.
Al ruego de mis padres de que no exteriorizara mi alegría al enterarme de que, por unos días, no tendría que ir a clase.
A mi extrañeza por que hubiera tele por la mañana y no echaran dibujos.
Al silencio de unas calles vacías, sólo roto por el flamear de banderas que lucían crespones negros. Luego sabría que las calles estaban vacías por que todo el mundo estaba festejando la muerte del dictador.
A mi madelman explorador ártico, al que le había puesto un brazalete negro, con el que jugaba en Los Jardines de la Reina bajo la mirada protectora de mi madre.
A las interminables colas de gente que nunca existió en un lugar al que nunca acudieron. No iban a darle “un último adiós” si no a “asegurarse de que estaba muerto” comentaron años después.
A la lectura, a la luz de la calle que entraba por un ventanal, de un tebeo de El sheriff King, que me acompañó mientras a mi madre la peinaban a la luz de una velas en una peluquería. No sólo yo no tenía que ir a clase. Los mayores no podían trabajar. Tenían que estar tristes y pensativos.
A mi vuelta al cole, donde me esperaba un cartel con las últimas palabras del Caudillo. Fueron sus últimas palabras, pero también largas. El cartel decoró las paredes del centro años.
A seguir cuadrándonos para rezar hasta que tras el octavo curso, comencé un primero. Nunca entendí la numeración. Nunca se me dieron bien las Mates.
A profesores trasnochados que nos obligaban a cantar el “Cara al sol”, y te calentaban la cara si alzabas la mano equivocada.
A un colegio público, Jovellanos de Gijón, donde la clase de gimnasia consistía en correr por la calle.
A la llegada de la heroína que atrapó a algunos compañeros mientras yo estaba enganchado al regaliz rojo con peta zetas. Teníamos 13 años.
¿Cuáles serían hoy los recuerdos de Javier Verdejo?
Por desgracia, una bala traidora borró su voz, pero no su memoria.
Pedía pan, trabajo y libertad.
Tenía 19 años.
Murió de un disparo en la espalda.
Nino Ortea. Gijón, 17-VIII-08
Olvidas tal vez porque estabas demasiado embebido con tus madelmanes, que aquel dia (posiblemente un poco antes) muchos dirigentes del PSOE perdieron el culo en ir a hacerse miembros del partido , tras tirar a la basura los carnets de Falange y otro merchaidansig del Caudillo.
ResponderEliminarSaludos, Espíritu que anda!
ResponderEliminarMe alegra que haya surgido de improvisto de los Bosques Profundos
Si en alguien es comprensible la opción del anonimato, es en usted, señor Walker, no es plan eso de tirar a la basura 70 años de misterio por responder a un blogueito…
¿Por cierto, no se llamará Ud yoni?
Pues sí, razón tienen usted y su cadavérico anillo en que fueron muchos los miserables que se inventaron un pasado que les garantizara un futuro. Después de todo, la Falange española siempre se caracterizó por la tendencia de sus miembros a cambiar de camisa.
El problema es que ese falso rojerío de pedigrí sigue ahí, en mi caso ensuciando las calles de mi barrio. ¡Yo venga a echarles pesticidas, y ell@s venga a engordar!
Por cierto, ¡qué tiempos aquellos en los que me embebía la inocencia!
Saludos a Diana, o a Diano. ¡Que esto de creer en lo evidente me ha llevado a más de una sorpresa!
Saludos, Espíritu que anda!
ResponderEliminarMe alegra que haya surgido de improvisto de los Bosques Profundos
Si en alguien es comprensible la opción del anonimato, es en usted, señor Walker, no es plan eso de tirar a la basura 70 años de misterio por responder a un blogueito…
¿Por cierto, no se llamará Ud yoni?
Pues sí, razón tienen usted y su cadavérico anillo en que fueron muchos los miserables que se inventaron un pasado que les garantizara un futuro. Después de todo, la Falange española siempre se caracterizó por la tendencia de sus miembros a cambiar de camisa.
El problema es que ese falso rojerío de pedigrí sigue ahí, en mi caso ensuciando las calles de mi barrio. ¡Yo venga a echarles pesticidas, y ell@s venga a engordar!
Por cierto, ¡qué tiempos aquellos en los que me embebía la inocencia!
Saludos a Diana, o a Diano. ¡Que esto de creer en lo evidente me ha llevado a más de una sorpresa!