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Mis mejores deseos para ti y los tuyos, amable leyente, ahora y siempre

viernes, 22 de agosto de 2008

Mis queridos monstruos



El Cine.

Su capacidad para entretenernos.

Maravillarnos.

Evadirnos de la realidad o sumergirnos en ella.





El Cine.

Su vocación vampírica de ideas ajenas.

Su transformismo lupino de sueños.

Su momificación de rostros.





Los cines.

Criptas donde te esperan amenazas incógnitas.

Castillos poblados de sombras y luces.

Páramos de soledad compartida.





Ir al cine hoy en día tiene un componente romántico y de aventura.

Romántico como ese enrolarse en una causa perdida por la que optó Rhett Butler al dejar a Scarlett y unirse al Sur.

Ahora lo cómodo, lo tendente y lo económico es ver las pelis en casa, en muchos casos clavándoles estacas de descargas ilegales.

Cruzar media ciudad, ataviado con tu uniforme más apropiado, para vencer la batalla al tedio, y dispararle una salva de balas de plata a la monotonía, es una de las pequeñas aventuras que nos guarda lo cotidiano.





El cine de género.

Denostado por las petardas, ignorado por los entendidos, es nuestra última muralla frente a las oleadas de vacío creativo que emanan creadores poseídos por un deseo de convertir en pandemia su aneurismo.

El cine de “Miedo”, de monstruos amenazantes, no sólo nos lleva a armarios que encarcelan amenazas incógnitas, o a camas bajo las cuales acecha la oscuridad.

El temor al abandono, a ser despreciado por ser diferente, a ser un muerto en una vida sin amor, sigue aquí. Ese desasosiego camina con nosotros, ahora que el paso del tiempo perdido nos erosiona.



¿Quién no se ha despertado al lado de una Momia?

Inexpresiva, por su falso maquillaje, turbadora en su silencio provocado por las vendas de la mentira, obsesionada por su rancio amor por un príncipe cuyo linaje se convierte en polvo al alejarte tú de sus lodos.



¿Quién no se ha convertido voluntariamente en un Frankenstein?

Sólo por llegar a sufrir el abrazo deleznable de una “momia”, nos amputamos de los rasgos que nos definen, y nos activamos con descargas de autoengaños. Nuestra recompensa final será oír el grito de nuestra “novia” mientras se aleja de nosotros.



¿Quién no ha tenido en su vida un Chupasangre?

De esos que, tras su presencia arrebatadora y sus modales refinados, esconden un vació que te absorbe la energía. Al final, y con suerte, convertido en pellejo y huesos lucirás por siempre la marca de su vergüenza.



Yo, hombre lobo a la fuerza, trastornado por mi condición lunática, y traicionado por un vello traidor que crece donde no debe…

Yo, hombre invisible a los ojos de aquella por la que me arrancaría los ojos con tal de que me viera tal y como soy, aunque sólo fuera un minuto…

Yo, que he dormido con momias, vampiresas, quiméricas e innombrables

¡Yo creo en monstruos!

He añorado sus desprecios, sus mordeduras y sus zarpazos… aunque nunca he añorado nada tanto como la luz de tu sonrisa, y sentir que iluminas con tu luz de julio este corazón en tinieblas.





La idea era comentaros la película La Momia: La tumba del emperador dragón.

Una vez más, mi corazón ha desoído a mi mente.



Quizás mañana, si este Dorian Gray puede enfrentarse a su retrato, logre escribir lo que me propongo.

Ahora, antes de que me prejuzguéis, os recuerdo las palabras traducidas de Oscar Wilde:



“Nunca juzguéis a un hombre por lo que escribe”.



Nino Ortea Gijón, 21-VIII-08

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